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lunes, 25 de junio de 2012

¿Podemos cambiar?


En un primer momento, me siento tentado a decir “sí, por supuesto”. Pero si me paro a pensar, veo que la respuesta no es tan sencilla y que exige algunas matizaciones:
1-    Depende de lo que pretendamos cambiar. Hay cosas que se pueden cambiar y otras que no. Hay cosas que se pueden cambiar hasta cierto punto pero no del todo, etc. Por ejemplo, no puedo cambiar el color de mis ojos ni la altura que mido. Tampoco, si soy introvertido puedo convertirme en una persona extrovertida, o viceversa. En otras palabras, no puedo cambiar el núcleo de mi personalidad. Ni hace falta que lo haga, pues cada uno de nosotros está “completo” en su esencia. El buey no tiene que convertirse en caballo, la rosa no ha de convertirse en amapola, yo no he de ser tú, ni tú has de ser yo. Cada cosa, cada persona tiene su lugar y su función en el mundo. Pero… sí puedo cambiar (o mejorar) muchas de las actitudes, creencias, formas de comportarme, etc. que he ido adquiriendo a lo largo del tiempo y que decido que no me hacen bien. Todo lo que se aprende se puede desaprender, al menos hasta cierto punto, quizás no del todo a veces, es cierto. Si, por ejemplo, uno de mis “defectos” es que soy demasiado perfeccionista, quizás nunca llegue a ser un “pasota” (ni debo serlo) pero puedo “equilibrar” esta forma de ser, relajarme, exigir y exigirme menos, al menos en cosas que no son tan importantes. Y lo mismo podemos decir de cualquier otra característica personal. Además, cada rasgo o característica tiene su lado positivo y su lado negativo, y no se trata tanto de “anularlo” como de hacer crecer la parte positiva e inhibir, en lo posible, la negativa. Es como cultivar un jardín: riego las flores y podo las malas hierbas. Pero, ¿qué pasa si sufro una depresión, tengo una fobia, etc.? ¿puedo cambiar esto? Y si lo cambio, ¿no volveré a tener recaídas? Bien, digamos que, en el mejor de los casos, puedo superar totalmente esta patología y, en el peor, puedo no superarlo al 100 % o/y sufrir algunas recaídas (por ejemplo, en momentos de mi vida en que sufra un estrés importante) pero como mínimo tendré, si sigo los pasos apropiados, muchos más recursos que antes para afrontar el problema cuando se presente y, con toda probabilidad, se presentará con mucha menos frecuencia e intensidad. Traducido a otro contexto, si por ejemplo, me rompo una pierna puedo curar el hueso roto y volver a andar, aunque en algunos casos pueda quedarme alguna secuela. A veces, hay tendencias de nuestra personalidad que nos acompañan a lo largo de nuestra vida, pero al menos hemos de y podemos aspirar a una sensible mejoría. De no ser esto posible, la psicoterapia no tendría razón de ser, sería un fraude.

2-   Para cambiar se han de dar algunas condiciones:   a) que quiera realmente cambiar,     b) que utilice los medios o ayuda adecuados,      c) que le dedique el esfuerzo y tiempo necesarios.       Si falla alguna de estas condiciones, fallará todo el proceso. No es suficiente con que se dé alguna de ellas, se han de dar todas. Todos quisiéramos soluciones mágicas, pero en la vida real no las hay. Si antes, has intentado cambiar algo de ti y no lo has conseguido, antes de concluir que no puedes mira si ha podido fallar alguna de estas condiciones.

3-   Podemos cambiarnos a nosotros mismos (hasta un punto razonable, insisto y de acuerdo con lo expresado en los dos puntos anteriores) pero, la mala noticia (o buena, según se mire), es que no podemos cambiar a los demás (si ellos no quieren o no colaboran en el proceso): a lo sumo podemos, con nuestro comportamiento, aumentar la probabilidad de un cambio. Digo esto, porque se da la paradoja de que a veces pensamos justo lo contrario, y en ello podemos malgastar muchas energías inútilmente. Si los demás no cambian, hazlo tú y algo se moverá.

“Ah, pero ¿he de cambiar?” “y si lo hago, ¿no perderé mi esencia?, ¿no dejaré de ser yo?”, imagino que me preguntas a continuación. Bueno, de esto si te parece hablaremos otro día


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