En un primer momento, me siento tentado a decir “sí, por
supuesto”. Pero si me paro a pensar, veo que la respuesta no es tan sencilla y
que exige algunas matizaciones:
1-
Depende de lo que pretendamos
cambiar. Hay cosas que se pueden cambiar y otras que no. Hay cosas que se
pueden cambiar hasta cierto punto pero no del todo, etc. Por ejemplo, no puedo
cambiar el color de mis ojos ni la altura que mido. Tampoco, si soy
introvertido puedo convertirme en una persona extrovertida, o viceversa. En
otras palabras, no puedo cambiar el núcleo de mi personalidad. Ni hace falta
que lo haga, pues cada uno de nosotros está “completo” en su esencia. El buey
no tiene que convertirse en caballo, la rosa no ha de convertirse en amapola,
yo no he de ser tú, ni tú has de ser yo. Cada cosa, cada persona tiene su lugar
y su función en el mundo. Pero… sí puedo cambiar (o mejorar) muchas de las
actitudes, creencias, formas de comportarme, etc. que he ido adquiriendo a lo
largo del tiempo y que decido que no me hacen bien. Todo lo que se aprende se
puede desaprender, al menos hasta cierto punto, quizás no del todo a veces, es
cierto. Si, por ejemplo, uno de mis “defectos” es que soy demasiado
perfeccionista, quizás nunca llegue a ser un “pasota” (ni debo serlo) pero
puedo “equilibrar” esta forma de ser, relajarme, exigir y exigirme menos, al
menos en cosas que no son tan importantes. Y lo mismo podemos decir de
cualquier otra característica personal. Además, cada rasgo o característica
tiene su lado positivo y su lado negativo, y no se trata tanto de “anularlo”
como de hacer crecer la parte positiva e inhibir, en lo posible, la negativa.
Es como cultivar un jardín: riego las flores y podo las malas hierbas. Pero,
¿qué pasa si sufro una depresión, tengo una fobia, etc.? ¿puedo cambiar esto? Y
si lo cambio, ¿no volveré a tener recaídas? Bien, digamos que, en el mejor de
los casos, puedo superar totalmente esta patología y, en el peor, puedo no
superarlo al 100 % o/y sufrir algunas recaídas (por ejemplo, en momentos de mi
vida en que sufra un estrés importante) pero como mínimo tendré, si sigo los
pasos apropiados, muchos más recursos que antes para afrontar el problema
cuando se presente y, con toda probabilidad, se presentará con mucha menos
frecuencia e intensidad. Traducido a otro contexto, si por ejemplo, me rompo
una pierna puedo curar el hueso roto y volver a andar, aunque en algunos casos
pueda quedarme alguna secuela. A veces, hay tendencias de nuestra personalidad
que nos acompañan a lo largo de nuestra vida, pero al menos hemos de y podemos
aspirar a una sensible mejoría. De no ser esto posible, la psicoterapia no
tendría razón de ser, sería un fraude.
2-
Para cambiar se han de dar algunas
condiciones: a) que quiera realmente
cambiar, b) que utilice los medios o
ayuda adecuados, c) que le dedique
el esfuerzo y tiempo necesarios. Si
falla alguna de estas condiciones, fallará todo el proceso. No es suficiente
con que se dé alguna de ellas, se han de dar todas. Todos quisiéramos
soluciones mágicas, pero en la vida real no las hay. Si antes, has intentado
cambiar algo de ti y no lo has conseguido, antes de concluir que no puedes mira
si ha podido fallar alguna de estas condiciones.
3-
Podemos cambiarnos a nosotros mismos
(hasta un punto razonable, insisto y de acuerdo con lo expresado en los dos
puntos anteriores) pero, la mala noticia (o buena, según se mire), es que no
podemos cambiar a los demás (si ellos no quieren o no colaboran en el proceso):
a lo sumo podemos, con nuestro comportamiento, aumentar la probabilidad de un
cambio. Digo esto, porque se da la paradoja de que a veces pensamos justo lo
contrario, y en ello podemos malgastar muchas energías inútilmente. Si los
demás no cambian, hazlo tú y algo se moverá.
“Ah, pero ¿he de cambiar?” “y si lo hago, ¿no
perderé mi esencia?, ¿no dejaré de ser yo?”, imagino que me preguntas a
continuación. Bueno, de esto si te parece hablaremos otro día
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